1 de enero de 2015

BIENVENIDOS A TODOS

Os doy la bienvenida a este blog en el que guardo todos los recursos para trabajar como educadora: cuentos,canciones técnicas,etc...

El blog esta  dividido por unidades didácticas y por temas. Todos estos temas están relacionados unos con otros por etiquetas.



Lo último que tengo que deciros es...



14 de marzo de 2013

KALANDRAKA, UN MUNDO LLENO DE ILUSIÓN.



Editorial Kalandraka

Kalandraka cuentos tradicionales


Kalandraka para los más pequeños




Rosa caramelo:

Había una vez en el país de los elefantes... una manada en que las elefantas eran suaves como el terciopelo, tenían los ojos grandes y brillantes, y la piel de color rosa caramelo. Todo esto se debía a que, desde el mismo día de su nacimiento, las elefantas sólo comían anémonas y peonias. Y no era que les gustaran estas flores las anémonas pero menos las peonias tienen un sabor malísimo. Pero eso sí, dan una piel suave y rosada y unos ojos grandes y brillantes. 

Las anémonas y las peonias crecían en un jardincillo vallado. Las elefantitas vivían allí y se pasaban el día jugando entre ellas y comiendo flores.
“ Pequeñas”, decían sus papás, “ tenéis que comeros todas las peonias y no dejar ni una sola anémona, o no os haréis tan suaves como vuestras mamás, ni tendréis los ojos grandes y brillantes, y, cuando seáis mayores, ningún guapo elefante querrá casarse con vosotras”.
Para volverse más rosas, las elefantitas llevaban zapatitos color de rosa, cuellos color de rosa y grandes lazos color de rosa en la punta del rabo. 

Desde su jardincito vallado, las elefantitas veían a sus hermanos y a sus primos, todos de un hermoso color gris elefante, que jugaban por la sabana, comían hierba verde, se duchaban en el río, se revolcaban en el lodo y hacían la siesta debajo de los árboles.
Sólo Margarita, entre todas las pequeñas elefantas, no se volvía ni un poquito rosa, por más anémonas y peonias que comiera. Esto ponía muy triste a su mamá elefanta y hacía enfadar a papá elefante. 

“Veamos Margarita”, le decían, “¿Por qué sigues con ese horrible color gris, que sienta tan mal a un elefantita?¿Es que no te esfuerzas?¿Es que eres una niña rebelde?¡Mucho cuidado, Margarita, porque si sigues así no llegarás a ser nunca una hermosa elefanta!”
Y Margarita, cada vez más gris, mordisqueaba unas cuantas anémonas y unas pocas peonias para que sus papás estuvieran contentos. Pero pasó el tiempo, y Margarita no se volvió de color rosa. Su papá y su mamá perdieron poco a poco la esperanza de verla convertida en una elefanta guapa y suave, de ojos grandes y brillantes. Y decidieron dejarla en paz. 

Y un buen día, Margarita, feliz, salió del jardincito vallado. Se quitó los zapatitos, el cuello y el lazo color de rosa. Y se fue a jugar sobre la hierba alta, entre los árboles de frutos exquisitos y en los charcos de barro. Las otras elefantitas la miraban desde su jardín. El primer día, aterradas. El segundo día, con desaprobación. El tercer día, perplejas. Y el cuarto día, muertas de envidia. Al quinto día, las elefantitas más valientes empezaron a salir una tras otra del vallado. Y los zapatitos, los cuellos y los bonitos lazos rosas quedaron entre las peonias y las anémonas. Después de haber jugado en la hierba, de haber probado los riquísimos frutos y de haber comido a la sombra de los grandes árboles, ni una sola elefantita quiso volver nunca jamás a llevar zapatitos, ni a comer peonias o anémonas, ni a vivir dentro de un jardín vallado. Y desde aquel entonces, es muy difícil saber viendo jugar a los pequeños elefantes de la manada, cuáles son elefantes y cuáles son elefantas,
¡¡ Se parecen tanto !! 





                                        


  ¿A que sabe la luna?:


Hacía mucho tiempo que los animales de todo el planeta  deseaban averiguar a qué sabe esa bola redonda que brilla  por las noches en el cielo.
 ¿Quién es esa bola redonda que brilla por las noches en el cielo? (La luna). Y, ¿a qué sabe la luna?, ¿será dulce o salada? Tan solo querían probar un pedacito. Por las noches, miraban ansiosos hacia el cielo. Se estiraban e intentaban cogerla, alargando el cuello y las patas. Pero todo fue en vano.
Un buen día, el elefante despampanante decidió subir a la montaña más alta para poder tocar la luna. El elefante despampanante se empeñó en subirse a un árbol grande que estaba en lo alto de la montaña. Y tanto lo intentó y lo intentó, que por fin lo logró.
El elefante despampanante pensó con entusiasmo:

ELEFANTE: “Si un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña, ¿por qué no puedo yo balancearme de una rama del árbol de la montaña y llegar hasta la luna?”.

Entonces se agarró de la rama más fuerte de aquel árbol, y empezó a balancearse alegremente mientras cantaba:


ELEFANTE:
Un elefante
se balanceaba
de una rama del árbol
de la montaña…

Y tanto se balanceó que la rama se rompió. El elefante terminó rodando montaña abajo, y se lastimó una de sus cuatro patotas. Fue tal el estruendo, que todos los animales de la montaña, la sabana, la selva, el desierto, el río y el Polo Sur, se enteraron de que un elefante despampanante se había caído de un árbol intentando coger la luna. Algunos fueron a socorrerlo.
La primera en acudir fue una cebra. Ella estaba muy cerca, pastando en la sabana, y alcanzó a ver la nube de polvo que levantó el elefante despampanante al caer.

CEBRA: ¿Necesitas ayuda, amigo?

ELEFANTE: ¡Ay, sí, cebrita, cebrota, ayúdame a levantar, que me rompí una patota y a la luna no puedo llegar!

CEBRA: No te preocupes, amigo, eso a veces pasa. Te cargaré yo solita y te llevaré a tu casa.

Entonces la cebra reunió todas sus fuerzas y trató de cargar al elefante despampanante. Pero por más que trató y trató, no lo logró.

CEBRA: Eres un elefante bastante despampanante. Para poder levantarte, necesito un ayudante.

En eso llegó un gorila desde la selva.
GORILA: ¿Necesitas ayuda, amigo?

ELEFANTE: ¡Ay, sí, gorilita, gorilote, ayúdame a levantar, que me rompí una patota y a la luna no puedo llegar! La cebra ya lo ha intentado pero yo soy muy pesado.

GORILA: La cebra no puede sola pero entre los dos, quizás. Yo soy muy fuerte y mi fuerza puede lograr algo más.
Entonces la cebra y el gorila reunieron todas sus fuerzas y trataron de cargar al elefante despampanante. Pero por más que trataron y trataron, no lo lograron.
GORILA: Eres un elefante bastante despampanante. Para poder levantarte, hace falta otro ayudante.

En eso llegó un camello desde el desierto.

CAMELLO: ¿Necesitas ayuda, amigo?

ELEFANTE: ¡Ay, sí, camellito, camellote, ayúdame a levantar, que me rompí una patota y a la luna no puedo llegar! Ya dos lo han intentado pero yo soy muy pesado.

CAMELLO: Entre los dos no pudieron, pero entre los tres, quizás. Yo soy muy fuerte y mi fuerza puede lograr algo más.

Entonces la cebra, el gorila y el camello reunieron todas sus fuerzas y trataron de cargar al elefante despampanante. Pero por más que trataron y trataron, no lo lograron.

CAMELLO: Eres un elefante bastante despampanante. Para poder levantarte, hace falta otro ayudante.

En eso llegó un hipopótamo desde la orilla del río.

HIPOPÓTAMO: ¿Necesitas ayuda, amigo?

ELEFANTE: ¡Ay, sí, hipopotamito, hipopotamote, ayúdame a levantar, que me rompí una patota y a la luna no puedo llegar! Ya tres lo han intentado pero yo soy muy pesado.

HIPOPÓTAMO: Entre los tres no pudieron, pero entre los cuatro, quizás. Yo soy muy fuerte y mi fuerza puede lograr algo más.

Entonces la cebra, el gorila, el camello y el hipopótamo reunieron todas sus fuerzas y trataron de cargar al elefante despampanante. Pero por más que trataron y trataron, no lo lograron.

HIPOPÓTAMO: Eres un elefante bastante despampanante. Para poder levantarte, hace falta otro ayudante.

En eso llegó un pingüino desde el polo Sur.

PINGÜINO: ¿Necesitas ayuda, amigo?

ELEFANTE: ¡Ay, sí, pingüinito, pingüinote, ayúdame a levantar, que me rompí una patota y a la luna no puedo llegar! Ya cuatro lo han intentado pero yo soy muy pesado.

PINGÜINO: Entre los cuatro no pudieron, pero entre los cinco, quizás. Yo soy muy fuerte y mi fuerza puede lograr algo más.

Entonces la cebra, el gorila, el camello, el hipopótamo y el pingüino reunieron todas sus fuerzas y trataron de cargar al elefante despampanante. Trataron y trataron y casi lo logran, pero se rindieron de tan cansados que estaban.

PINGÜINO: Eres un elefante bastante despampanante. Para poder levantarte, hace falta otro ayudante.

Un ratoncito que estaba en el árbol y que había visto todo, quiso ayudar, pero era tan pequeño y tan poquita cosa que no se había atrevido. Por fin se animó y dijo:

RATÓN: Oigan, amigos, tal vez yo pueda ayudar también. Seríamos seis.

Los demás animales no sabían de dónde salía aquella vocecita hasta que el pingüino se dio cuenta. Y burlonamente le dijo:

PINGÜINO: ¿Túuuuuuuuuuuu? ¿Cómo se te ocurre meterte en un problema de mayores. Apenas puedes con un trocito de queso. ¡Bah!, no nos hagas perder el tiempo, amiguito, esto es un asunto demasiado serio. Regresa a tu madriguera.

Pero el ratoncito insistió tanto que el elefante dijo:

ELEFANTE: ¡Ay, sí, ratoncito, ratonzote, ayúdame a levantar, que me rompí una patota y a la luna no puedo llegar! Ya cinco lo han intentado pero yo soy muy pesado.

RATÓN: Entre los cinco no pudieron, pero entre los seis, quizás. Yo no tengo tanta fuerza, pero es un poquito más.

Entonces la cebra, el gorila, el camello, el hipopótamo, el pingüino y el ratoncito reunieron todas sus fuerzas y trataron de cargar al elefante despampanante. Trataron y trataron. Y otra vez, trataron y trataron. Y una vez más trataron y trataron. Y casi lo logran, casi, casi, casi lo logran hasta que ¡lo lograron!

Y todos dijeron con alegría: Eres un elefante bastante despampanante. Pero para ayudarte, no hizo falta un gigante.

Y ahora ya sabemos, por nuestra propia experiencia, que hasta un POQUITO puede ¡hacer la GRAN diferencia!

Unas semanas después, el elefante despampanante ya se había recuperado de su patota rota, y decidió volver por la noche a lo alto de la montaña, para ver si, esta vez, podía alcanzar la luna y averiguar a qué sabe. La luna estaba más cerca, pero el elefante despampanante no podía tocarla. Como había aprendido la lección, y es mejor contar con ayuda, se acordó de sus nuevos amigos y los fue llamando uno a uno: cebrita, cebrota; gorilita, gorilote; camellito, camellote; hipopotamito, hipopotamote; pingüinito, pingüinote y ratoncito, ratonzote. Poco a poco todos los animales se fueron acercando a la cima de la montaña donde les esperaba el elefante despampanante. A continuación, entre todos, idearon un plan. La cebra se subiría a la espalda del elefante, el gorila a la espalda de la cebra, el camello a la espalda del gorila, el hipopótamo a la espalda del camello; el pingüino a la espalda del hipopótamo y el ratoncito a la espalda del pingüino.

La luna juguetona se alejaba cada vez un poquito más, de modo que no lograban alcanzarla. En ese momento llegó el ratoncito, que había tardado más porque sus patitas son más cortas. La luna al verlo pensó:

LUNA: “Seguro que un animal tan pequeño no podrá cogerme”.
Y como empezaba a aburrirse con aquel juego, la luna se quedó justo donde estaba. Entonces el ratoncito subió por encima del elefante despampanante, de la cebra, del gorila, del camello, del hipopótamo, del pingüino y…de un mordisco, arrancó un trozo de luna.

Lo saboreó complacido y después fue dando un pedacito al pingüino, al hipopótamo, al camello, al gorila, a la cebra y al elefante despampanante.

Y la luna les supo exactamente a aquello que más le gustaba a cada uno.

Aquella noche, los animales durmieron muy, muy juntos, satisfechos por saber a qué sabe la luna, y con la alegría de haberlo conseguido con la ayuda de todos.

Y colorín, colorado, ¡a la luna hemos llegado!



Christian Voltz 




http://www.kalandraka.com/es/autores/detalle/ficha/voltz/


















 


Gaaa aaaaaaa a aaaa... a mi me gustan mucho estos cuentos, sobre todo, cuando me los lee mi mamá antes de tomar el biberón, este autor trata mucho los valores...
Por eso, mi mamá me los lee mucho para enseñarme valores aunque hay muchos que no entiendo... pero bueno...











12 de marzo de 2013

MIS CUENTOS PARA DORMIR

Aquí os dejo cuentos para niños que trabajan valores:
 
 La nube avariciosa:

Érase una vez una nube que vivía sobre un país muy bello. Un día, vio pasar otra nube mucho más grande y sintió tanta envidia, que decidió que para ser más grande nunca más daría su agua a nadie, y nunca más llovería.
Efectivamente, la nube fue creciendo, al tiempo que su país se secaba. Primero se secaron los ríos, luego se fueron las personas, después los animales, y finalmente las plantas, hasta que aquel país se convirtió en un desierto. A la nube no le importó mucho, pero no se dio cuenta de que al estar sobre un desierto, ya no había ningún sitio de donde sacar agua para seguir creciendo, y lentamente, la nube empezó a perder tamaño, sin poder hacer nada para evitarlo.

La nube comprendió entonces su error, 
y que su avaricia y egoísmo serían 
la causa de su desaparición, 
pero justo antes de evaporarse,
cuando sólo quedaba de ella un suspiro de algodón,
apareció una suave brisa. 
La nube era tan pequeña y pesaba tan poco, 
que el viento la llevó consigo mucho tiempo
hasta llegar a un país lejano, precioso,
donde volvió a recuperar su tamaño. 

Y aprendida la lección, siguió siendo una nube pequeña y modesta, pero dejaba lluvias tan generosas y cuidadas, que aquel país se convirtió en el más verde, más bonito y con más arcoiris del mundo.




 El cuentito:



Había una vez un cuento cortito, de aspecto chiquito, letras pequeñitas y pocas palabritas. Era tan poca cosa que apenas nadie reparaba en él, sintiéndose triste y olvidado. Llegó incluso a envidiar a los cuentos mayores, esos que siempre que había una oportunidad eran elegidos primero. Pero un día, un viejo y perezoso periodista encontró un huequito entre sus escritos, y buscando cómo llenarlo sólo encontró aquel cuentito. A regañadientes, lo incluyó entre sus palabras, y al día siguiente el cuentito se leyó en mil lugares. Era tan cortito, que siempre había tiempo para contarlo, y en sólo unos pocos días, el mundo entero conocía su historia. Una sencilla historia que hablaba de que da igual ser grande o pequeño, gordo o flaco, rápido o lento, porque precisamente de aquello que nos hace especiales surgirá nuestra gran oportunidad.